Lo que hoy conocemos como fresa poco tiene que ver con aquel fruto silvestre que nuestros antepasados europeos y americanos recolectaban en la Prehistoria. La fresa del siglo XXI (que deberíamos llamar fresón) es el resultado de hibridaciones entre la variedad americana y la europea durante algunas décadas hasta que en el siglo XVIII se consiguieron las variedades actuales entre las que se encuentran las de Fresón de Palos.
En el siglo XV, los exploradores españoles encontraron dos variedades: Fragaria chiloensis (fresón chileno) y el virginiano (Fragaria virginiana). Según estudios, el origen de estas dos variedades lo encontramos en América del norte pero habrían sido las aves migratorias las responsables de la expansión por Chile y el resto de sudamérica.
Fue el cronista español Alonso de Ovalle quien en 1614 documentó y dio nombre al fresón que encontró en los asentamientos de la región central de Chile. Pero ya había registros en 1611 cuando Sebastián de Covarrubias, capellán del Felipe II, la describió como ‘cierta especie de moras que tienen forma de madroños pequeños”. Ya entonces los cronistas aseguraban que se consumían con vino o azúcar, dos formas habituales de consumirlas hoy en día, aunque actualmente su consumo está más enfocado al postre.
En el siglo XVIII los colonos de Virginia (Estados Unidos) fueron los responsables de introducirla en Europa. Así, un francés de la corte de Luis XIV, Amedée-François Frézier (quien muchos creen erróneamente que ‘fresa’ proviene de su nombre) llevó a Francia el fresón de Chile. Una vez en Europa se hibridó la variedad chilena con la virginiana y el resultado fue la fresa Ananás (Fragaria Ananassa). Derivando después de años de investigación en ¡Nuestro Fresón de Palos! Unas variedades únicas cuyo gran tamaño, intenso color rojo e inconfundible sabor son la principal característica de una fruta que ha hecho y sigue haciendo disfrutar a grandes y pequeños de todo el mundo desde nuestra apertura en 1982.